No hay nada que uno no se pueda imaginar de antemano, no hay mucho manejo de expectativas que pueda quitarnos el sueño. Tomar el té es eso: un descanso, una pausa en la vida agitada de los habitantes de urbes pasadas de rosca, un break en la juventud añorada, una costumbre lejana en el tiempo, lejana en el espacio. Un té es una infusión clasista, una declaración de principios de finales de otros siglos, una actividad destinada a las féminas de cintillo para compartir la novedad.
Y, sin embargo, mi paso por Tea Connection me sorprendió: la música estuvo bien elegida, o más bien diré que estuvo acertada, porque desconozco si fue el azar o la deliberada decisión de un cajero-DJ. Las hebras contentaron mis papilas gustativas. El ambiente tuvo lo justo de esto, y lo justo de aquello.
No es que pueda recomendar el lugar, eso irá en el gusto del consumidor, pero sí diré que ir a tomar el té con uno mismo es una pausa a la que vale la pena acceder.
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