En definitiva, es el sabor de lo hecho en casa lo que perseguimos. No importa
si lo que estamos buscando es matar el bagre o si necesitamos alguna música que
nos sacuda el alma, que rime con las penas propias o celebre las alegrías ajenas.
Algo casero, de nuestra casa, de alguien o alguienes o aliens que sean una
casa, que tengan esa calidez, la justa tibieza.
Es por esto que el viernes último desatendí todo
consejo de guarecerme de la lluvia y el tirón y me arrimé hasta El Gorrión Negro para chusmearle la choza a mis queridos Tabaleros, y verlos fulgurando en
su salsa. Ni bien crucé el umbral, lo entendí. Ahí estaba todo revelado,
como en la visión de una hechicera. Un patio acogiendo camaradas devotos de los
buenos ratos, un pasillo, puertas crujiendo, una mesa donde brindar “a
la santé du Colonel”. Y en el fondo, por supuesto, el lugar donde se cuecen
los manjares y a fuego lento se guisan las canciones que prometen para el
tercero.
La cocina, sin embargo, no tiene límites. Quizás
el ritual empiece ahí, en la mesada. Después será cuestión de aderezar y al
horno. Pero el fin es alimentar a los de afuera, quienes fritos en su propio
sudor acompañan el acústico con coros y siguen atentos las picantes elucidaciones
de Beto, “para la colectividad gitana que
vende autos de segunda selección, una cuenca hermosa, un capricho”. Y para
estos genios de la canción pampeana, todos nuestros aplausos adobados en cariño y admiración.
En un banquete donde sobra el talento, los músicos traen un puñado de folk-canciones para alimentar el alma. De entrada, “Bicicleta”,
“Mi amigo el rey”, “Que no se vea”. Como plato principal, “El amor no existe”, “”Porque
sí”, “Escalera”, “Niño” y dejando lo mejor para el final, llega como postre “Avión
de papel” y el clásico “Zorro”, Tabalero´s version.
Será que uno tiene mano para esto, otro conoce el
ingrediente secreto, el truco justo. Unos cuantos deben de haber arrancado de
gurises para cumplir la máxima de que el zorro sabe más por viejo. De seguro
está el que le robó el recetario a la abuela, sin nunca haberlo confesado. Y no
se me escapa el que nació con el don, y punto. Sea como fuere, y donde fuere,
este sexteto con fuelle de yapa hace las delicias de todos los comensales,
ninguna receta les gana y al final de cada show tiene al público comiendo de
sus manos. Nada como una buena dosis de Los Tabaleros en su salsa.
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