El último fin de semana de enero llega como un
arrebato, en su extrañeza trae una frescura inusual a esta isla de calor que es
la ciudad de Buenos Aires en verano. La propuesta es arrancar puntuales y
temprano, en una casona de Caballito, una tertulia íntima donde la música sea
la protagonista. Reunidos en un living para compartir melodías nuevas, en eso
podría resumirse la iniciativa Sofar.
Tocar el timbre, una linda costumbre para
rescatar. Subir escaleras y encontrarse de pronto con una sensación de
bienestar, de pertenencia. Paredes cubiertas de dibujos, un ventanal enorme
delante de un patio con los brazos abiertos. Un escenario improvisado, pero con
profesionalismo y destreza. Amigos. Eso parecemos. Un grupo de futuros amigos
que se juntó a compartir un lindo momento. Se respira la buena energía, se
contagia, se mete de prepo en los vasos de plástico que se llenan de lo que sea
que hayamos traído para brindar. La función está por comenzar.
A Cata Raybaud la acompañan 5 músicos, ninguno
está enchufado. Rompen el hielo con un acústico que naufraga ritmos que
acarician el pop, el rock, el funk y hasta se le atreven al candombe en la
inaugural “Pa´delante”. Se sorprende de lo que es marca registrada en estos
encuentros, que estemos todos tan cerca y tan temprano. Su voz trae calma a la
despedida del sol, y el paseo entre sus canciones nos hace sentir bienvenidos.
Es el turno de Grace Portillo, que se escuda simplemente
en su criolla para regalarnos un momento de comunión con su voz interior. Sus
letras son breves historias de peripecias personales, pasa del inglés o
español, aunque sus temas traigan el lenguaje universal de la música vivida
en carne propia. Tiene una fuerza enérgica en la voz que me hace pensar en
Nueva York, en las voces de todas las mujeres valientes pero sensibles. Un set list breve pero intenso, que alcanza
para dejarnos con las ganas de más.
Ivo Ferrer y Los Tremendos lo ocupan todo. Se
acomodan fácil, como si ya estuvieran acostumbrados a encastrarse. Y con esa
misma sencillez con la que se asientan, lanzan sus canciones como cupido sus
flechas. Enamora la forma en que armonizan los instrumentos y las voces, la
manera en la que se ríen pícaros, su modo de invitarnos a sumarnos a su viaje. El
bandoneón está al alcance del aplauso, el coro al borde del delirio, Ivo se ríe
mostrando los dientes y Pat Morita está ahí, escondida pero destilando su
presencia hechicera. Temas de “Aunque ya
esté grande, aún quiero ser astronauta” se intercalan con algunos de “Genial” y se despiden invitando a corear
“Lo más lindo”, sabiendo que tenemos el corazón y la garganta ya entregadas a
su canción.
El tiempo hace esa inversión de siempre cuando
la estás pasando bien, y llega el final de esta velada. Pero antes de la
despedida me vuelve a la cabeza una frase que dijo Hernán en la presentación de
la fecha: “lo hacemos por amor a la
música”. Eso, sin duda alguna, es lo que más se nota, y se agradece.
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