Y como quien no quiere la cosa, el calendario avanza y el primer sábado del año se hace presente. Repito una vez más la cita con Los Bombones de Murano, y este encuentro musical pleno de intimidad y melodía se convierte así en ritual. El santuario es nuevamente un Café Vinilo colmado y el horario es ese en el que la carroza se vuelve calabaza y las almas primorosas salen a respirar. En esta noche hermosa de plenilunio, Eugenia Brusa y su excelsa banda dan la bienvenida con el embrujo de esa lista de temas que deslumbra.
Y cómo no caer ante su encanto, cuando las canciones llegan así de esta manera, en la que uno no se da ni cuenta, el carutal reverdece, el guamachito florece y la soga se revienta. No sé qué tienen sus cuerdas, no sé qué tiene su percusión, no sé si será la trompeta o el encanto de su dulce voz que domina mis antojos y a mi sangre vuelve loca. Contagian con sus vibraciones intimistas, y cualquiera puede creer que también ama, llora, canta y sueña con claveles de pasión.
La forma en la que ejecutan su música transporta, y puedo imaginarme la luna que se quiebra sobre la tiniebla de mi soledad. Pero dejándome arrastrar por su inigualable encanto, Los Bombones me transportan y entonces qué importa saber quién soy, ni de dónde vengo, ni por dónde voy. En esta noche plena de quietud, con su perfume de humedad sólo me queda recordar este show que de principio a fin cubrió el salón con un manto proximidad y regocijo, mis ojos mueren de llorar y mi alma muere de esperar. ¡Qué la próxima presentación en vivo no se haga desear!
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