Una ventana donde sentarse a recibir el día de
la misma manera en la que la orilla de Villa Elisa le da la bienvenida al arrullo
del río. Así son las cosas en algún bunker, en alguna ciudad de la 1 a la 31, y
de la 32 a la 72. Para celebrar los pies como la mayor conquista de la especie se
puede llenarlos de rueditas desparejas, pero limpias. Volver vomitando conejos,
y que uno se te quede colgando de los labios y se vuelva colorado para el
festejo: darle la bienvenida a las almas de los ancestros.
Pero hacerlo entrada la noche, en un predio de Colonia
Urquiza donde la comunidad japonesa comparte sus tradiciones: El Bon Odori, en
su XV edición. Y sentirte bien y a gusto copiando los pasos de las mujeres en
kimono. Y que el frío en pleno verano sea parte de la anécdota, como ese pollo
en cono que chorrea una salsa agridulce que memorizo en la lengua, a ver si
aprendo algo nipón. La noche se mueve al compás de los tambores taiko, y alguna
canción queda resonando ya muerto el fin de semana. Rescate de tradiciones que me
son ajenas, pero veneradas. Ojalá los espíritus protectores de las
cosechas hayan recibido mis respetos y me propicien un año próspero. Hasta ahora,
parece que así lo han hecho, 感謝.
No hay comentarios:
Publicar un comentario