domingo, 20 de enero de 2013

Villa Traful


Las travesías en bus me resultan desde siempre un entretenimiento singular. No las considero en lo más mínimo una pérdida de tiempo, las vivo más bien como el espacio propicio para organizar el itinerario o repasar los destacaditos del viaje. Además, el ronroneo del motor y el vaivén cíclico de todas esas ruedas gigantes provocan en mí un efecto adormecedor contra el cual es inútil que luche. 

Me toca esta vez del lado de la ventanilla por donde se filtran los rayos del primer sol de la mañana junto a una humareda de cenizas y polvo que me obliga a entrecerrar los ojos, y no pasan más de 15 minutos que ya estoy dormitando. Ay, qué pudiera darme más felicidad que dormitar así! Mi mente divaga, condición sine qua non en este estado intermedio entre la vigilia y el sueño, y se pierde pensando en círculos y si será cierto que ellos son la forma geométrica perfecta... Frena el bondi, fin del delirio, a cargar la mochila y salir a patear.

La subida es breve pero intensa, el premio es escuchar la cascada del Aº Coa Co, ese murmullo de vida que ningún sonido puede igualar. Bajo a los saltos, casi como una liebrecita, y me siento en el muelle un rato a respirar. Otra vez el sonido del agua en movimiento, el lago chocando contra las rocas, marcando su ritmo incesante, eterno. Como una ráfaga de viento me asalta el pensamiento un círculo, pero ahora en espiral, y por fin lo comprendo. El círculo como ciclo, como el cambio continuo, como el agua fluyendo, el mundo en movimiento y todos y cada uno, cada cosa, cada suceso en unidad.

Estoy en Villa Traful, y esto también pasará. Pero ahora, estoy acá.     

No hay comentarios:

Publicar un comentario