Tomar una cerveza artesanal tirada y comer algo al paso, no puedo decir que esto sea nada fuera de lo común. Lo diferente esta vez es hacerlo a cielo abierto. En este cielo, donde no alcanzan los números para contar cada estrella, donde el aire tranquiliza la ansiedad porteña y deja somñoliento y contento al turista pasado de rosca.
Fundamentalista confesa de las mesitas afuera, pensé erróneamente que ninguna podría sorprenderme ya. Pero Villa La Angostura tiene una mística que hipnotiza. Todo acá se cocina a fuego lento, y las experiencias no son la excepción. Se respeta el tiempo de elaboración, se valora y se disfruta el proceso, se lo transita lento, se lo saborea.
Elijo Viejo Fred para captar esta esencia, anotador en mano hago esta pequeña observación.
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