Me gustó haber vivido el descenso como la primer vista panorámica de las que están por venir, la más abarcadora y general. Una señal, un llamado de atención a aterrizar los pies y la cabeza en Bariloche, consagrarme al Sur, transformarme allá.
No me gustan las expectativas porque incrementan el riesgo de enfrentar la ilusión a la realidad, y es tan difícil estar a la altura de las circunstancias cuando de fantasías se trata! Sin embargo, San Carlos de Bariloche me dejó sin aliento, sin palabras. Fue llegar y dejarme envolver por un torbellino de imágenes únicas, paisajes, vistas, postales en vivo y en directo, yo formando parte, siendo. Una aplanadora de sensaciones nuevas, extremas.
Estallido de colores fusionándose y separándose en el cielo y más allá de él. El ocaso, el amanecer, el horizonte, el pico de una montaña, un cerro, miles de cerros, el lago, las lagunas, el agua corriendo, fluyendo y un chapuzón en sus brazos gélidos para sentirme renacer. Trepar al cielo por el camino que marca la ladera de una cumbre y mi pequeña obsesión por el andamiaje de las aerosillas.
El Sur está infectándome, se mete adentro mío por los poros, me inunda los pulmones cuando inhalo, me corre en la sangre por las venas. Ya no miro con los mismos ojos ni escribo con el mismo abecedario.
A la buena del río y a la vera de Dios, que así sea lo que me queda de camino. AMEN.
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