Los cementerios quizás tengan de curioso estar rodeados de vida. Y la vida tiene tantas formas, que es sencillo distraerse o confundirla. Ver en las avenidas las venas de la ciudad, ver al transporte público como el torrente sanguíneo que transporta personas como si fueran moléculas de oxígeno y carbono. O verlas tal vez como corazones chiquitos que palpitan, todavía vivos, a pesar del ajetreo, a pesar de tanta pesadumbre de semana, de oficina, de vida gris.
Forest fue siempre para mí un bosque, con su
natural complejidad laberíntica. Corrientes representa entonces el océano, la mansa
calma del eterno retorno, la vida que es el agua. En el barrio de la Chacarita
todas estas quimeras confluyen y ahí nomás nace una venita que se llama Santos,
y al 4040 un espacio brota dando aire limpio y nuevo para que respire el alma.
Esta noche su alimento se servirá en forma de canciones. Esta noche la consigna
es respirar música y desarmarse en ella.
No caben más sillas, pero sobran cuerpos. Entonces, nos apretamos porque el show está por comenzar y las luces en Santos 4040 bajan y el
sonido sube y la banda llega. Nacho
y los Caracoles se duplicó. Cuentan entre sus filas con el teclado de Manuel
Toyos, la trompeta de Juanfa Suarez y las cuerdas de Ezequiel Borra. Enchufados,
ahora. Presentando canciones de un disco que prometen para prontito, como si el
tiempo existiera. Y entonces el reci podría ser un ensayo de presentación de
ese álbum, y no hay Río pero sí hay algo extraviado y es el recuerdo lejano de
esa fecha en un cuasi sótano de la calle Humahuaca desde donde ahora canta lo
perdido. Las canciones llevadas a otra nivel, complejizadas. Me gusta lo nuevo,
le doy la bienvenida como a una flor que se abre y en sus pétalos lleva las
diferentes capas de sonido. Ok, me han convencido: me subo a su tren!

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