Parque Chas es casi tan romántico y mítico como
un bolero. Al menos, en eso fui pensando en el viaje desde el Parque, mientras
leía una sentida despedida a quien hubiera avivado la llama de mi pubertad, y
trataba de entender cómo el pasado y el presente saben de fusiones, fisuras y fugacidad.
A tiempo para distinguir a la victoria
floreciendo y ver cómo en sus manos se adoba el alimento. Hay que darle de
comer al cuerpo, hay que darle de comer al alma. Lo primero está cubierto, lo siguiente
está por revelarse. Mientras tanto, entre la luna y los ojos un velo de cerco
vivo nos convoca en ese patio que bien podría ser el corazón, el centro, el
cuartel donde se guisan las conversaciones entre ajenos. Pero sus bocas van
aspirando el humo que yo también comparto. Somos uno, dividiéndose en pedazos. Queremos
verlo todo, y por eso entramos.
No dije de la casa de puertas abiertas, no dije
cómo su cobijo es cálido y su luz tan tenue que apenas se ve sin anteojos. No dije
de los niños correteando ni de la cerveza artesanal ni de los chasquidos
reemplazando aplausos ni de los gatos, por supuesto, los gatos en su reino.
Leopo es el
primero. Leopo con su guitarra y su voz,
con su dulzura infinita y con una selección de canciones que honra al amor. Puñal 2 para abrir y
cerrar. “Es la historia de un amor”, clásico y seguro. Un tango romántico, algo
más jugado. Y ahora sí, “la” Gloria, “Con los años que me quedan”.
Me recogen en cucharita, por vez segunda. Porque esa versión leopolina de “Estatua de nylon” no se
quedó atrás. Aplauso sostenido y de pie para este gigante de la canción. Apertura
impecable para esta noche de boleros.
Los tres con sus vestimentas formales. De
oscuro por fuera, de pura luz por dentro. Como si supieran que el amor es lo
que va a salvarnos, y se hubieran vestido a la altura de las circunstancias
para honrarlo. Pululan, se suman a la charla, se pegan una pitada. Esto también
es bolero.
“Soy la arena, que en la playa está tendida”,
la voz de Gaby
Colman, muchísimo más inmensa que su figura, que se recorta en la negrura
del escenario de La
Puerta de los Gatos. Al lado del piano, sentado en la silla, con su sonrisa
de Gato de Cheshire fulgurando entre canción y canción. Los Bee Gees & Elton
John by Gaby C, qué delicia en exclusiva. De Lágrima, amor, muerte
no queda nada por agregar. Un disco que alcanza el justo punto medio entre las
tres. Amén.
Hay un presentador, con humor y estilo propios,
y vendrá también la presencia irresistible de Vero Gerez. Ella, su
voz inmaculada, la energía que se le escapa por los poros, su gracia, su
perfecta calidez. Entonces, El Gnomo abre entre las cuerdas una caja de
Pandora. ¡Ay, amor!, de Caetano. Y cómo seguir después de tamaña canción… “Bésame
mucho” y “Sabor a mí” parecen funcionar. La conjunción de las voces del Gnomo y
de Vero evocando a Agustín Lara, honrándolo en “Azul” y “María bonita”, quién
pudiera imaginarse en esta noche un cuadro mejor. “Nosotros” y “Angelitos
negros”, clásicos imposibles de saltear.
Llega el final. Leopo moñito, Gnomo camisa,
Gaby corbata. Los chicos aúnan fuerzas para preguntarse qué hacen en Manila, y
pedir un beso.
Será que es cierto eso que dice Don Ata, y al corazón sólo llega la pura
verdad. Me siguen gustando la libertad y el patio.
Parque Chas es casi tan romántico y mítico como
un bolero. Las capitales te sacan, dicen los que hacen que saben. Quién querría
irse, me pregunto mientras alguien cierra la puerta atrás mío y apenas si
comprendo que es hora de volver, que el viernes a la noche en esta ciudad no
tiene nada de mítico, y que mejor salir a rockear y mantener la pose y no
detenerse, ni pensar, sólo bailar, sólo emborracharse y apenas respirar. Y al
día siguiente amanece, y es temprano y es otro el gato que rasguña para entrar.
Pero una voz sigue cantando y hay bombones derretidos en la guantera: el mito sobrevivió.
El amor en la tierra nos convoca. Eso no lo vayas a olvidar.
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