No sé bien, me distrajo el detalle. Era un lugar. Era un patio y eran un montón de paredes emitiendo un montón de mensajes. Era la proximidad de los cuerpos, era algo de alguna intensidad contenida, eran 994 besos retenidos en la aduana transgeneracional. El piletón tan parecido al que había en elpatioespañol de la casa de Calasanz. Eran los cuerpos, sin dudas. Lo que queda de real en una ciudad que se prende fuego todas las noches. Pero al día siguiente, en la noche de los astros, brillan las cenizas. Acá están. Un desfiladero de incontables dedos rasgando el nylon, pero siempre y en cada caso, en clave de Folk. Cumplen la consigna, nadie podría reprocharles lo contrario. Las voces hacen el instante. ¿Y si el tiempo fueran los planos simultáneos de las 3 canciones que le tocan a cada concursante, y la música el canal que comunica todos los planos?
Un ciclo. A veces, pareciera que toca el de la
repetición. La vida en loop, el mismo gris, lo que llaman rutina. Un cover de
nuestro día a día. Pero hay uno de “Hallelujah” que cambia la perspectiva de
todo, arrebato del letargo. Bendita la posibilidad de conectarse y
desconectarse. Que haya un switch tan
contundente como esta pared. Pero que haya puertas y ventanas para hacerla más
permeable. Entonces, que sea la música o la calma. O mi voz superponiéndose con
su voz, con la voz, con tu voz. Cada tanto, alguien chista y con razón. Y
entonces aprovechamos para susurrar. Eso es lo que prende fuego las noches de
esta ciudad.
todos los martes, desde las 21hs
datos del ciclo, aquí
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