Traducir la agitación que un poema despierta es
quizás en vano. Mejor leerlo, mejor escuchar a su autor recitándolo. Mejor ir a
la presentación del último poemario de uno de esos poetas que sabe dónde y cómo
una palabra es flecha que se clava directo en el seso. Leen amigos, cantan
amigos, todos celebrando el nacimiento del décimo. Condensar sensaciones en una
reseña a veces no tiene sentido, aunque la emoción esté a flor de piel, erizada
toda, a punto de despegarse de la carne y flotar. Flotar en el aire que está
invadido por palo santo, por ese bicho difícil de asir, por canciones que son
de ensueño y de sirenas de tierra. Sólo que exista la posibilidad de rescatar algo,
de que esa noche no se diluya en el calendario. Para cuando la rutina amenace,
tener líneas donde ir a resucitarla, un bicho nuevo para acariciar mientras la noche,
maldita, nos consume los días.
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