Hay vida, a pesar de todo. A pesar del cementerio
donde duermen los muertos que siguen asomados por el paredón, pero ahora con
cara de pregunta por el final inesperado. (¿Cómo no te dije que me gustan tus
dedos, porque son flacos y largos como vos?). Hay vida, y se está juntando en
la puerta del Caldas, invadiendo la vereda hasta el cordón. Pero una vez que se
cruza la barrera humana, se descubre este pequeño territorio que desborda
calidez en cada rincón. Prestar atención a cada detalle, a cada cosita que está
puesta en cada lugarcito. Acá adentro, en las gradas de madera, se siente templado,
acogedor.
Pasa un rato, y atrás del telón se descubre la
Pequeña Orquesta de Trovadores. Y se los ve tan acordes, medio apretujados, llenos
de sonrisas y relajación. Nos dan la “Bienvenida” y ya todos los dispersos
están orientados al escenario, acomodados para entregar la atención y el
corazón al show. La formación suena en equilibrio, fundidos en una melodía
equitativa donde cada instrumento llega a los oídos y se disfruta en su medida
justa. “¿Estamos colgando mucho entre
tema y tema?”, pregunta Santiago. Y recién cuando lo dice entre risas me
doy cuenta. Hasta ahora, era como si todos fuéramos parte de la misma masa. No
hay diferencias entre este y ese lado. “Ey doctor” viene con trombón invitado,
el talentosísimo Lautaro Schachmann se queda y acompaña algunos temas más.
Las canciones van discurriendo, el ritmo va
incrementando y lo que prima es clima de jolgorio que se contagia enseguida. Se
siente bien, es eso. Es esa sensación que dejan algunas bandas cuando tocan en
vivo, que se parece a una mezcla entre felicidad y serenidad. Es esas ganas de
estar ahí, disfrutando, moviendo la ´piernita y aplaudiendo fuerte el final de
cada tema. Después de repasar algunos hits, “Los seis amigos del revolver”, “Una
noche”, “El roto” se vuelven a esconder atrás del telón. El recital fue corto,
pero justo y preciso. Dejó el clima propicio para que pase el que sigue.
El turno de Los Niños, que presentan su disco
homónimo, pequeña joyita del año que hipnotiza por fuera y por dentro. Esa
caricatura en blanco y negro, un poquito siniestra pero encantadora. El
shortcito, las medias altas. Con una diestra zurda, arrancan los acordes de “Los
Autos”, canción que también inaugura la placa. Y hay algo de densidad que
encanta, de sonido que envuelve con un halo más aciago. Juan Manuel pregunta
desde el escenario, con un muñeco colgándole del micrófono, si están sonando
bien. Mi respuesta mental: con la flor de banda que tenés, no podrían sonar de
otra manera! Hay algunos superhéroes, no sólo porque su bati-símbolo lo
indique, sino porque hacen maravillas con sus instrumentos. Y claro, una
indiscutida superheroína, ese sonido de trompeta que nace de su garganta me
deja perpleja, como la dulzura de su voz.
“Daniela”
es una canción hermosa, que me hace pensar en la inocencia de un jardín de
infantes. Aunque la letra no se trate de eso, las asociaciones son a veces
caprichosas, pero felices. “Enroscada” nos obliga a chiflarle al violinista, y “El
vecino” quizás apele a la reflexión. La lista va ganando fuerza, “Bailemos” es
una invitación que suena hermosa. Los Niños también saben divertirse y
contagiar esa alegría. El final es, por segunda vez, demasiado pronto. Pero esta
vez, se hizo participativo y solemne. Todo el Caldas canta el himno al héroe, y
en ese clima de unidad la banda se despide.
Seguro esta costumbre de salir a respirar a la
calle vaya de la mano del espíritu del lugar, yo miro de nuevo el cementerio,
pienso en los héroes que la guadaña se llevó y en los que están por venir. En el
medio del pensamiento me veo tarareando alguna canción trovadora, o cantándole a
Daniela yo también. Con la batería cargada, sigue la gira. Pero esa es otra
historia. La que acá termina se lleva un montón de melodías para combatir el
verano.
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