Llego al Festi pasada la medianoche. Sé que seguramente me perdí las bandas inaugurales, me lamento en el camino pero todo se esfuma cuando escaleras abajo me reencuentro con Unione e Benevolenza. Uno de los primeros recintos under donde transpiré música independiente. Se me llena la boca de recuerdos, la piel sensible a los golpes bajos, los pies arrastrados por los rincones viejos. Me acuerdo cuando los chicos contaron con ese entusiasmo con el que encaran el proyecto que estaban preparando una fecha, el brillo en los ojos, el empuje de siempre. La tiraron como fecha tentativa, el 06 o el 07 de diciembre. Parecía que todavía una eternidad nos distanciaba, pero por fin llegó, como llega todo.
Bajo, entonces. Estamos los mismos de siempre.
Felices, de festejo. Eso es lo que pasó durante toda la noche. De eso sí me
acuerdo patente, aunque todo lo demás esté medio borroso. Medio viciado por el
calor de los cuerpos, por los nuevos invitados al mundo subterráneo, por los
saludos en el pogo, por los saltos de acá para allá, las gargantas de fuego. Sé
que vi el show de Mi Pequeña Muerte y volví a pensar que “El triunfo de la paz” es un poemario en forma de álbum. Que la
banda tiene un sonido contundente, aunque el equipo no le haga justicia. Lo
lograron: hay fuego en la mitad de mi mundo. Un puñado de canciones, bien
puestas, y pasar a lo que sigue: Mi Amigo Invencible.
Con uno de los discos del año a cuestas, los
oriundos de Mendoza hacen vibrar el piso de madera. Los que estaban dispersos
se agolpan contra el escenario, y alguien que los descubre por primera vez dice,
con asombro entre los lunares, “ninguno
está al pedo”. Bien, quizás descubrió la fórmula secreta: alcanzar el
equilibrio para que el todo sea muchísimo más desgarrador que la suma de las
partes. Por ese lado se explora y se llega al mejor momento. Mariano baja del
escenario con la guitarra, y toca un rato entre la gente. Es lo mismo, somos
uno. Se despiden del escenario con “Ajeno”, y los versos de Ricky sangrando en
todas las bocas, que aúllan felices y violentas. Ese huracán de sonido fue Mi
Amigo Invencible, dejándonos tan perdidamente vivos.
Este hermoso manojo de homeless sureños sortea
algún obstáculo, se acomoda finalmente y jamás temen lo que profesan: “El terror al lugar común es el
nuevo lugar común”. Son flashes que vienen y se van, risas que se
mezclan con acordes de “Todos los sábados
del mundo” saltos con Jaz, Silvio y Ari, coros, y algo que me llevo para
siempre: cuando reís, algo queda en mí.
Y para esta altura, el festi es una gran fiesta entre amigos, entre fanáticos
de fanáticos. Nos damos las manos y cantamos juntos, nos abrazamos en el pogo o
al costado, porque la verdad que esos saltos están lindos pero bravos. Y antes
de que la batería se acabe por completo, Valentín y los Volcanes se despiden
hasta el 2014.
Tobogán Andaluz la descose. Eso hacen cada vez
que tocan en vivo, y esta noche no es la
excepción. Pero hay algo además de eso, algo mágico y sagrado que sucede cuando
Facu y los suyos la agitan arriba. Rito musical que se hace carne, que te pone
la piel de gallina y la voz furiosa. Una atrás de otra, como martillazos en la
cabeza que te la hacen estallar. Y pasa de nuevo lo que tantas veces nos alejó
del abismo: los cuatro se multiplican, como un milagro. El escenario se desborda,
todos los que están involucrados en la misma causa, de una u otra forma,
comparten el momento. Lo deshojan, lo beben de a sorbitos para que no se acabe
rápido, lo celebran con todo lo que tienen y lo que son. Y eso claro que se
contagia, y que recuerda. Quiero ser más precisa. Reviso mis anotaciones, no me
entiendo la letra. Son hojas y hojas llenas de palabras deformes. Apelo a la memoria.
Ahí se formó algo: una sensación. Algo profundo, transparente y sencillo:
felicidad. La consagración de un proyecto que se lleva todo mi apoyo y afecto,
el Festi-Mozcu dejó tela para cortar para rato, y miles de pensamientos que se
entrecruzan por todos lados. Pero lo que seguro no es indiferente es la
contundencia y seriedad del proyecto. Larga vida a mozcu.com, AMEN!
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