Tregua. Doy tregua, saco bandera
blanca y pido un alto. Pero es en vano, la lluvia llegó para quedarse.
Combatirla con canciones parece una buena artimaña. Que haya un respiro en mis
días grises, que intentar explicaciones sea tan absurdo que mejor esperar que
la voz se vuelva melodía y el cuerpo canto. Así que allá voy, una vez más, al Matienzo. La respiración
contenida, la lluvia contenida, la noche contenida pero la luna detenida en un
rincón de la terraza.
No es medianoche todavía y desde la
otra orilla llega sin escalas Franny Glass. Sin
más armas que una guitarra, pero con un arsenal de discos en su haber, decidido arranca el show con
la misma canción que inicia "Planes". Repasa temas
de las diferentes placas, y todo lo hace en un marco de frescura que envuelve y
motiva. Seba
Rubin va registrando el momento como lo haría un padrino en el acto escolar,
pero corajudo sube con el ukelele para confesarse ansioso y acompañar a donde
vaya ella. “El
podador primaveral” lleva la cabeza en la lista de temas. Quizás sea por eso que el clima que se va tejiendo
tiene algo de íntimo y de nostálgico. El charrúa está de parabienes, porque el
público aclama y canta y pide más, y él tiene con qué y sabe cómo entretener. A
fuerza de grito y aplauso, el bis llega entre “En otoño,
amiga mía” y “A
través de mí” y así concluye la visita rioplatense que deja, como siempre,
añoranza de costa y candombe.
Tras bambalinas, los entretelones
pertinentes. Unos recogen sus instrumentos, otros los acomodan, todos se conectan
de manera equilibrada con el sonidista. Y mientras esta coreografía toma lugar,
la música que acompaña la velada tiene impronta propia. Canciones de las bandas
que son la esencia del indie. Un gusto poder escucharlas, un lindo juego tratar
de adivinarlas. Ahora sí, Niños Envueltos ya
está listo para el show. Banda de pop con orquestación de lujo,
habrá que dejar pasar algunas canciones para acoplarse a su propuesta que
coquetea con el folk, con el pop y que suena en vivo con una mixtura a punto
caramelo. Después de las primeras canciones, llegará el momento de conectar para caer en la cuenta de que es el violín lo
que hace temblar. Tendrá también su momento la trompeta, es que el viento trae
en su esencia la intensidad de un huracán. “Nos gusta pensarnos como una banda de rock suave”, contaron en alguna
entrevista. Pero desde abajo del escenario se percibe no obstante la fuerza de
la canción. Una voz atípica que se ubica entre un look singular y esa guitarra acústica que parece inmensa. Corren canciones
que no están editadas y corren también esas dulces melodías de letras poco
inocentes que vieron la luz allá por el 2007 en “El último casette del parque”. Quizás
sí haya la suavidad que autoproclaman, pero a no confundir eso con tibieza. Aquí,
el clima cambió y hay algo de baile y mucho de ganas. Se retiran victoriosos,
si es cierto que buscan sensaciones,
pues de eso se trató.
La lluvia revelada, la noche
desvelada, la luna en movimiento. A afrontar el agua con la certeza de que va
a detenerse y el sucesor de “El
último casette del parque” va a estar ahí para atestiguarlo.
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