La música vuelta silencio fue la desaparición
del reino de lobos y panteras. Antolín & Marina dejaron Vinilo intacto, fin
del hechizo de su música trascendental. Yo, por mi parte, llevaba tantos vamooo
atragantados, que tenía el pescuezo croando. Fui a vomitar ranas a Salón Pueyrredón,
allí mi reino: mi pequeña Napoleón, secundada por mi gurú de esmeralda y el rey
de la birra. Nada podía fallar.
Casi nada, la música del entretiempo fue un suplicio
y el sonido de Valentín y los Volcanes en el arranque lastimó un poquito. Pero ni
el ruido desafinado de todos los instrumentos, ni los cables pelados gimiendo a
destiempo, ni la falta de entendimiento entre el sonidista y el homeless más
lindo de todos pudo frenar la estampida de canciones de juventud eterna,
brillando en esa oscuridad.
Salen disparadas como flechas, “Los días
felices”, “10.000 reflejos”, “Piedras al lago”. Ping pong entre Play al viejo walkman blanco y Todos los sábados del mundo. Pogo en las
inmediaciones de la valla imaginaria, amigos que saltan y cantan al compás, los
de siempre. “Vivimos una semana en un
pueblito costero”, revela Jo y esas palabras me entristecen, yo quiero ser
también una chica de Orense.
Kosinski la agita hablando de un ritual, el “ritual del baile”, aclara el
guitarrista de cobrizos cabellos agitados. Jo arenga, se la dedica a “nuestro pueblo inundado”, y los valentinos
nos dan con su artillería pesada, “La novia robada”, “Baila conmigo”, “Parque cerrado”. Fiesta en el Salón, otra
vez, otra fiesta, y van…
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