Patio, parrilla, escalera, terraza, el paraíso
celestial debe contar con las mismas comodidades. Ojalá el techo se parezca al
de una cancha de Fútbol 5 allá también. Los espacios y su distribución se
llevan mi sorpresa más grata. Me siento a gusto en El Círculo, me gusta que te
den un ticket celeste para retirar tu cerveza helada o ese trío de empanadas
veggie super sabrosas. Me hace bien esa sensación de familiaridad que se
respira.
Es el turno de Los Hermanos McKenzie, arrancan con “Baile Fantasmal” y con Cecilia
comiéndose el escenario. Yo me dejo deglutir gustosa por esta familia que hace
de la música un rito sagrado. Para cuando los infinitos vasos de cerveza hacen
toc-toc en la puerta de mi cabeza, la música Mc Kenzie está construyendo el
sonido propicio para que todas las ensoñaciones se liberen y floten desde el
telón hasta acá.
Pablo Malaurie se sube al escenario con una
eléctrica, y es como si la caja de pandora explotara en la Indie Folks Live! Su
voz-aplanadora, la fuerza de sus canciones a pura psicodelia y esas líneas
de “Seymur Cassell” que son mi himno: creo que no existe lo que hay, si no fuera
lo que ha sido. Extraño la siempre brillante e impecable compañía de Nacho
García, pero Pablo se la banca, y alcanza el tamaño de un monstruo para la
altura de “Motel Shangai” y nos devora en “El beat de la cuestión”.
En el Lupe Undiverso Infimito, donde todo está
hecho a su gusto, Los Animales
Superforros cierran la noche. Vaya sorpresa cuando en el Ciclo también son
ellos el broche de oro final. “Señor de la Montaña”, para ir entrando en su
propuesta musical de pura alquimia. El sonido es limpio y fuerte, fuerte porque
los decibeles son altos pero también porque tiene la fuerza de un huracán. Nos
sacude, nos hunde hasta las raíces y nos expulsa de nuevo a la superficie, donde
estamos corriendo en un lugar que está lleno de gente y animales.
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