Se fue el último fin de semana de ese mes tan extraño que es Febrero. Se fue silbando bajito, soplando un aire nuevo y fresco. Yo lo dejé escurrirse entre dudas y certezas, porque una de cal una de arena. Pero el sábado es día de santidad en el cielo. Por eso atravesé la General Paz mientras la hora rosa se caía encima del parabrisas, y entonces yo no podía dejar de prestarle atención al mapa al que se le acababa la batería y a esa historia tan graciosa de una chica que un día una vez hizo una cosa.
Llegamos, justo a tiempo. Otra vez el tiempo,
pero estamos del mismo lado y no es necesario tocar timbre porque una reina se
cargó con el traje de anfitriona y nos hace sentir tan como en casa que este
lugar parece un pedacito de paraíso. Así es en Sofar. El patio se ve como uno quisiera que se
vean todos los patios lindos. Hay flores blancas que tienen un perfume tan
suave que a mí me dieron ganas de meterme ahí adentro y quedarme un rato largo,
hasta que se me pase.
Pero La Magnísima Gronda está despuntando el
set. Hay que prestar atención a todos los sonidos, porque brotan en equilibrio.
El violín y el piano le dan un color y una calidez especial. Un folk que se fusiona
con ritmos rioplatenses y mansos va ganando confianza y se instala en la sala
hasta que su presencia se vuelve entusiasmo. Las canciones van subiendo de a
poquito, y el final pasa de un bombo legüero a una invitación de introspección.
Nos quedamos con su tarjetas, y el compromiso de escuchar el disco.
Bombacha Collective me deja con la boca abierta
por un rato largo. Sigo bregando por el girl-power
en la canción, sigo abriéndole el corazón a los conjuntos que hacen lo mismo a
la hora de componer e interpretar. Bajan y suben, cambian de ritmo con la misma
facilidad con la que un felino se acaricia entre las piernas de su dueño. Con
sensualidad y armonía, con diversión, con la fuerza del sonido en su medida
justa. Suman a un instrumento humano para la despedida, y dejan con ganas de
más, ganas de mucho más Bombacha Collective para el mp3.
Toro Blanco para la despedida. Con una cadencia
unos escalones más arriba, la banda conduce el final de la velada con una gracia
contagiosa, “no hay nada más jodido que
un flechazo de cupido”. Quieren divertirse, se les nota y lo transmiten. Yo
interpreto algo de rapeo en algunos temas, y algo de nostalgia en el momento
solista. Buena vibra la banda, agendo para el próximo show. Como siempre, hemos
cumplido con la consigna: conectar con la música. AMEN
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