Revivir por una noche ¡Qué viva la poesía! y
que el regreso esté a cargo de la música. Suena a un plan perfecto. Puestas
todas las expectativas en eso, es difícil no temer que la realidad no alcance.
Pero no es esta la primera vez, y todo lo que sucede en Dadá este aturdido viernes
de invierno supera a la ficción que mi mente armó. Grullas cuelgan del techo, analogía
de la libertad que encierra el papel cuando la tinta lo alza en vuelo. Bajan la
luz, y el lugar se vuelve intimidad. Y seguido pienso que de eso se puede
tratar la poesía, traducir la intimidad y el día a día en un verso.
Arranca Walter Lezcano, y pasa de un poema a
otro sin dar tregua, mientras el imaginario se destruye de a poco, y se congela
el alma de la forma en la que cuenta la cotidianidad en prosa, cruda desde el
reverso al verso. Leandro Gabilondo lee: “parece
poesía, pero es tiempo”. No podría decir de sus textos nada que no esté
contenido en sus propias líneas. Julia Gonzalez arranca con un himno, “No me anotes en tu lista de prensa”. Todos
hits, como alguien que lee y rompe los estándares del ranking. Así es la poesía
de Julia, un huracán que todo lo destruirá, y no es el único en esta noche.
El Conventillo Espacial ya despuntó los
primeros acordes, la música libera. Sintetizadores, guitarras y loops. La energía
va creciendo hasta volverse mantra, y baja del escenario a las mesas. El sonido viento-metal llega desde el fondo, sorpresa que
hipnotiza las orejas. Experimental, íntimo y cercano. Así suena el trío que se
entiende con mirarse, guiño del que sabe improvisar y comandar la ola de
sensaciones que sus canciones van despertando. El tiempo vuela, el final llega.
Y este espacio que se abrió camino calienta hasta que de nuevo llegue la
primavera.
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