En ese estuche a rayas con un cordón para que
no se pierda, en esa cajita de cartón que tiene ese borde que la excede y me
hace pensar en pavos reales. Desde ahí venían las canciones. Desde esos discos que
van a cumplir 10 años ya, desde esa inocencia interrumpida por la resignación
de las utopías púberes a la vida cotidiana y citadina y cuasi adulta. Hace
tanto ya, pero fui obediente y me llené de discos nuevos y ajenos. Me dejaron.
Dejé. Me perdí. Me encontré. Tanta agua bajo el puente, pero la correa cruzada
sigue sosteniéndola firme. Su guitarra inmutable, inalterable al tiempo, al
espacio. La guitarra impávida ante el asombro de la gringa que entre el público
apretado susurra incrédula “nos estamos
rozando con un van Gogh”. En la sala de postimpresionismo del MNBA Coiffeur
teje en el aire. Entrecruza notas y construye el clima. Una estampida de
canciones a las que hacía mucho no volvía a refugiarme me tomaron por sorpresa.
“Estampita”, “Cataratas”, “Vuelvas a casa”, “En la frontera”, “Mientras tanto”,
“Christine”. Estoy en falta con el orden a la lista, le estoy escatimando
también. Algunas se cantan con los sentidos, listarlas ahora, acá no tiene
gollete. Cambió el contexto: en el museo y de noche. Una experiencia casi
reveladora. Él y su música del Oeste. Pero la intimidad no cambia, la frescura
de su voz, las miles de puertas que se abren en cada acode, para cada intento.
Sí, esta es la terraza del Museo Nacional deBellas Artes. Sí, esa es toda esta cantidad desopilante de invitados rozando las
obras que cuelgan, o se apoyan, o flotan y se hunden. Sí, esos son porrones de Grolsch.
Y sí, el bordó en los labios de todos es porque se sirve Emilia (Nieto Senetiner)
en copa plástica, pero cumplidora. El último sí: todo es gratis y dentro del
marco de lo consentido. Te parece imposible, pero Cumbiemos el Mundo se apoderó de la musicalización. Una voz humana,
un cuerpo femenino, y una imagen que en su conjunto me hace sospechar que Jem y
su holograma están aquí. Música, o lo que sea que esto es. Te parece inaudito,
pero esto es una fiesta. Bellos Jueves podría ser la cuota de delirio mensual
que todo quien se sienta parte de Buenos Aires debería probar. Amén.