Atravesar la ciudad de punta a punta sólo porque el fanatismo que tengo por las escaleras de la Biblioteca Nacional así lo demanda. Cruzar el jardín delantero buscando las orejas alzadas y frías de los gatos del lugar. Subir hasta el primer piso saludando en cada ventana, y sentarme en la tercer fila, cerquísima de la pantalla. Así es un martes de Mayo, el último del Ciclo de Cine de Autor donde proyectan el cortometraje Muñecas, de Martín Wain y Mis Sucios Tres Tonos, de Juan Manuel Brignole.
Los directores tienen la palabra, y crean el clima. Los maestros de ceremonias generan una charla amena, y pese al murmullo que genero sin parar y sin querer, le presto atención a las risas en la sala. Martín Wain confiesa que le “cuesta reconocer la idea original”, porque pasaron unos cuantos años desde la filmación de su ópera prima hasta esta proyección. Sin embargo, la esencia del corto se trasluce sin obstáculos, y el planteo deja la pelota de los vínculos familiares picando adentro de la cabeza.
Sabemos ahora, antes de verla y confesión del director y de la productora mediantes, que Mis Sucios Tres Tonos es “un homenaje a mis amigos” al punto tal que “los personajes tienen el sobrenombre de mis amigos de Posadas” y que durante el rodaje “todo fluía”, señal que sirvió para entender que pese a que “en esta película, no había Plan B”, “nada podía salir mal”. Sabemos que el film cuenta la historia de 7 amigos adolescentes de Posadas que viajan hasta Paraguay para colarse en un recital de Fun People.
La peli es eso, sencillamente eso. Pero la maravilla es lo movilizador que resulta el relato tan familiar, tan lejano en nuestra propia historia pero cercano en sensaciones y abismos. Los desafíos que plantea la adolescencia, el dolor dulce de crecer y despojarse. ¡Y yo, que casi me olvido de mis 17! Salud y larga vida al artista que invita a abrir surcos en la memoria, y acercarse al pasado desde su visión.
TOMA 2 – era Anabelle la canción que traspasaba la puerta del reci del que se
quedaron afuera, y eran mil canciones e imágenes golpeandome la puerta. Me acordé de todo, de todos, de vos. Pensé en lo extraña que me soy
hoy, en lo diferente que es mi vida a como me la imaginaba para estas alturas. Pensé
que al pibe de al lado le podía estar pasando lo mismo. Pensé en cualquiera,
pero nada pudo evitar que dejara de pensar. Ni el gato que alcé cruzando el
Recoleta, ni las escaleras de Derecho, ni todas las hojas amarillas de todo Barrio
Parque, ni las palabras que se formaban en las patentes de los autos
estacionados por ahí, ni los vasos de Campari, ni el poema que le debo al 132.