El plan anti-domingo suena tentador: ir a despedir el año a un club de barrio. De modo que, así sin más arranca la caravana, destino Abasto.
Cruzamos el pasillo del Fernandez Fierro y la luna cuarto menguante figura una señal de buen augurio. Nos recibe un salón cálidamente preparado: las sillas y sus mesas dispuestas frente al escenario, listas para mezclar desconocidos, la barra de club con el menú accesible detallado en una pizarra, y el ventilador de pie que hace su silbido clásico.
Una vez acomodado el público la Big Band hace su entrada triunfal y el outfit cautelosamente coordinado nos deleita, esta vez en blanco y negro con unos gestos de colorado en los hojales de los muchachos y los accesorios de las señoritas. Si bien los tiradores rosados del chico del banjo, el talentosísimo Juan Kiss, llevan la cabecera.
El sonido de Alvy Singer y su GRAN Banda es de una calidad musical tan excelsa que hasta las bromas se la toman en serio y Parada arranca el mismo nivel de risas que de aplausos. Suman al piano los dedos de un viejo amigo, el señorísimo Pablo Grinjot, y el ritmo nos obliga a mover los piecitos desde el lugar.
Estamos aquí despidiendo El Tiempo del Amor y Alvy y los suyos dan un show con curvas ascendentes y descendentes, un recital serpentario que se mueve de los discos editados al inédito, de lo sensible a lo sensual, de lo trascendental a lo mundano y el conductor de esta locomotora del swing no pierde jamás el dominio de la cadencia dominical.
El anticipo de lo nuevo no deja ninguna duda: Alvy Singer Big Band, fieles a su estilo, demostraron que todavía pueden sorprender.