Hay días que son detenimiento. De esos días
nacen las noches más hermosas. Y de las personas que pueblan esos momentos florecen
las canciones mejores. Hay lugares propicios para esos sucesos. Estupendos rincones como El Quetzal, donde los encuentros son reencuentros, cuando nos cansamos de seguir dándole vueltas a la pista
equivocada, ahí aparecemos. Nosotros, los de ahora, en los lugares de siempre
con la música del futuro. Aunque el sonido sea más viejo que las montañas, más
viejo que los pesares y que las lunas llenas.
Mandolina andina, pezuñas, trompeta, poncho y,
lógicamente, sombrero. Hasta ahí, la fascinación es visual. Como una foto en
movimiento que lleva un tiempo asimilar entera. Usar como excusa la celebración
del solsticio y despacharse con un puñado de canciones que hacen las delicias
del show. Como poseída, sucumbo a su rito y estoy cantando el estribillo matrero.
Su sonido es místico, aunque pueda decir de Sombrero western andino sin estar
mintiendo. Un recital colmado de sensaciones, donde elevarse unos centímetros
del piso parece natural. Gana un disco mi batea, bunker sonoro donde refugiarme
hasta el próximo Inti Raymi.
Sin titubear, ahí nomás en ese espacio que se
abre entre la vigilia y el sueño, están a punto de pasarse de la raya pero no,
siempre en la cornisa. Por eso será que siento sus canciones tan familiares,
como fuego que roza y no quema. O será porque yo también tengo adentro un niño
muy perdido. Del mismo modo, en el sentido contrario, Los Tabaleros clarean con
una ajena (“Cariñito” fue la despedida sombrera) y sin apuro pero sin pausa, despliegan
su repertorio. Sexy huaino, niño-huaino, cachondo-huaino, cueca y la voz de
Jose que tiene la potencia de todos los participantes de todas las domas gauchas
de todos los pagos del país. Beto da tregua y dedica a “corazón sentido” un clásico de la banda más zarpada de la escena,
es que sólo ellos pueden doblarte el cuello y abrirte con su puñal. Decí que
cargar el cuerpo un día más les da fastidio. Así las cosas, en ese clima de
divertimento que tan bien sabe propiciar, el final va llamando a la puerta,
pero mejor que no se vea, porque un avión de papel está por bajar las escaleras
y aterrizar sobre los jazmines del país que están tapando las manchas de
humedad.
Hay días que son detenimiento. De esos días
nacen las noches más hermosas. Y ahí se aprenden las verdades que perduran: Tu dios es parecido al mío, pero sólo cuando
está feliz.