“Este recital puede
terminar en cualquier momento”, con esa advertencia hecha desafío, Tom da inicio a la presentación en
vivo del discazo recién salidito del horno de la Bestia Bebé. Para calmar a
las fieras, “Estamos Bien”, pero para que no se queden dormidas en los laureles, “Wagen del pueblo”. Los que estamos, que somos muchos y más o menos nos
conocemos, no tenemos ningún reparo en apretujarnos y saltar sin parar.
Comentarios divertidos, chiste interno que sube y baja del escenario, clima
festivo a más no poder.
Mantantirulirulá está empotrado en el corazón
de Caballito, una de esas casonas que resiste el paso implacable del tiempo.
Las puertas crujen, los techos son altísimos, el patio es español, las
escaleras de material y la terraza está a un casillero del cielo. Algunas
habitaciones contiguas y en una de ellas, el sonido fluyendo, impecable y
certero. Jóvenes de barba y bigotes se apoyan contra las paredes, muchachitas
con colitas en el pelo cuchichean y se ríen por ahí. La cerveza te la sirven en
tarros de mermelada, por un costo módico. El fernet va en tarros de café, respetan
la oscuridad del contenido.
“La yuta
está por Chicho, no por nosotros”, agitan desde el pogo, que se volvió una
explosión de sudor, lágrimas y corazones gomosos. Desoímos la amenaza del
vecino, que se cruzó en pijamas para bardearla. Va a llamar a la policía, y que
la cana nos corte el mambo. Pero ahora, los Bestia están prendidos fuego,
haciendo sonar “Sabés!”, “El urugayo”, “El gran Balboa”. Se cae la casa a
pedazos, Tom la ataja con una, mientras con la otra rasguea duro al ritmo de “Luchador
de Boedo” y “Lo quiero mucho a ese muchacho”.
En el hueco de una canción y otra se da ese diálogo de recital
entre esos fanáticos que son amigos, esos amigos de los fanáticos y los
músicos, que son amigos de nuevo. “Vamos
a caer todos en cana”, “Si cae, cae”,
“¡Qué venga la yuta!” y en el fervor
de la noche, Reno se suma para corear “Patrullas del terror”. Claro, también
hay cánticos de cancha y una emoción que nadie quiere ni puede contener.
La casa, los instrumentos, los pibes que tocan,
la gente que los vino a ver, todos prendidos fuego. Ritual, fiesta infinita de
las bandas eternas. Un último “vamooo”, aplausos y fin. Consagración divina,
bienvenido el disco de la Bestia Bebé a las bateas.
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