También me resulta divertido que inviten al director
a presentar su peli y a interactuar con el público ni bien termina la
proyección. Es una experiencia singular, hablar adentro de la sala está siempre
tan mal visto y chistado. Pero en estos casos, el hacedor se acerca al público
a través de la palabra, y acorta la distancia que separa las butacas de la
pantalla. Y el público tiene su derecho a réplica, y puede darse el gusto de
acompañar sus aplausos con elogios verbales o inquirir por esos pasajes que no
terminó de entender. Claro que la situación termina prestándose a risas, la palabra es un arma de doble filo.
Escandinavia tiene ese efecto fascinante en mí,
que aún no me explico pero no deja de crecerme adentro. Razón por la cual me
resultó imposible pasar por alto esta peli, que elige el tango como excusa para
trazar un puente invisible entre Laponia y Buenos Aires. Mis expectativas son
altas, porque así de alta es mi obsesión por ese gélido rincón del planeta. Tantos
viajes mentales hasta las lejanas tierras de esos países todos blancos y distantes,
tantas incógnitas respecto a su cultura rebotando en mi cabeza en cada momento
de distracción, tanta distancia entre la aurora boreal y el sol poniéndose
atrás del obelisco un domingo cualquiera.
Pero el lente de Viviane Blumenschein me
devuelve lo que fui a buscar: cientos de fotos en movimiento de ese lugar
remoto y hermoso, satisfecha mi hambre de Finlandia. Pero no sólo me llevo
imágenes brillantes de esa ciudad, también reconozco a Buenos Aires en rincones cotidianos que regularmente paso por
alto, una forma hermosa de ver a través de otros ojos la belleza del lugar
donde habitualmente habito.
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